lunes, noviembre 13, 2006

DON LEÓN de GREIFF HA DEJADO DE BEBER

En algún momento, en alguna época
todos, todos fuimos punk,
y la calle era nuestro mundo
amplio y majestuoso,
y nosotros, libres y al acecho
del día, del tiempo,
al margen de la pureza
del río bello,
caminábamos y gozábamos
en instancias que acogían
nuestras almas lamidas
como crestas.
Soñábamos,
marcados por las palabras,
como ganchos imperdibles,
grises, brillantes y fríos
bajo el cielo,
cara a cara al sol,
y la risa dolorosa…
como principio y final,
cuando el mundo lució infinito
entre las columnas de humo tibio
que gritaban desatándose
del núcleo de una piel
dispuesta a acicalarse
con el barro acumulado
de la calle que nos vio nacer.


En algún momento, lo recuerdo,
lo recuerdo muy bien,
el punk mayor estaba en una mesa aparte,
muy brillante, muy sucia, muy sacra,
derramándose en colores cafés,
peligrosamente oscuros, demasiado negros.
Cargado de respeto,
infundiendo temor con el gesto de su boca probóscide,
alejando a los incómodos visitantes
que obstruían las lianas de sus barbas infinitas, por donde se colgaba la luz,


rostro muralla para defender la levitación de sus ojos grises,
provocado por la palabra incontenible,
fuente de magia capacitada para amar eléctricamente,
ardor de murmullo, servicio que incendia,
valentía de silencio furioso
que vuela tras el fortín de una noche
a la par amante solitaria de la capital
de un estado del alma que lame y lame y lame
la taza puesta al vaivén de un barco
navegando los mares le grises de una ciudad
a 2600 metros de altura.


El sonido de la bruma se mezcla entre los aullidos asincopados
de todos sus hijos bastardos sin nombre,
que alrededor de la fogata de su pipa
se congregaban para leer en voz alta
la primera trepanación de que se tuviera esencia pura,


y con su voz forjada, empinando el codo,
levanta su cuerpo etérico y anuncia la partida momentánea
de una majestad punk hacia un baño azul
del que nunca jamás volverá a quedar un orden.