jueves, marzo 15, 2007

COMBUSTIÓN INSTANTÁNEA

Parece un intermedio. Toco la puerta y nadie abre. Un silencio pesado, que respira con dificultad, que no puede moverse de lo gordo que esta.


Espero. Cierro y abro los ojos mecánicamente, casi con desesperación. Mi intuición empieza a despertar. Siento como la sangre lleva oxígeno a un sector escondido de mi hemisferio izquierdo. Espero.


El sonido invitado es un doble dub, melancólico y sigiloso de notas compartidas, casi sin prisa, casi sin una obertura que los distinga. Como peces grandes en un acuario estrecho.


Pero nadie responde del otro lado de la puerta. Mi imaginación quiere apagar las dudas que flamean; construyo una trama que fácilmente reemplaza otra trama y siento que necesito algo sólido a qué aferrarme.


Intento con palabras, pero el ambiente es muy denso. Espero acá, en este reposo, a que cada frase caiga al piso y se evapore.


La música sigue. Mi cabeza juega a revolucionar los beats lentos de mi corazón, y enredado entre la melodía y el ritmo, algún hilo va juntándose a mis pies.


El calor es apabullante.


Quiero mirar el reloj, pero en mi muñeca sólo hay una marca de fuego. Afuera nieva. La imagen que surge frente a mí es la mía frente a un espejo, ahora quebrado. Pero hoy no siento que la respuesta la tenga la imagen. Hoy estoy blindado para la plenitud egoísta de una respuesta visual, quiero hablar.


Nadie abre. El mundo parece haberse detenido.


Siento a mi médula devolverse. Un paraíso psicotrópico que dejé hará un par de años, y que mi cuerpo no me lo perdona. Sudo. Me impregno de manchas nubes, de zonas recónditas y primitivas, de estados emocionales que tarde o temprano vomitan un olvido, sin necesidad de identificarlo. Sin opacidad ni reposo.


Un músculo en la pierna se mueve involuntariamente. Y entiendo.


Afuera la noche es fría y despiadada, pero mi cuerpo asimila la crudeza presente con un reto en el mar. Mañana de sol y pieles protagonistas. Un sueño tras otro, objeto de un pasado alterno. Quietud que me hace sudar. Quiero derribar la puerta. Algo en mí ha surgido y no me han enterado. El fuego ha empezado por la punta del pie, pero no veo luz. Todo es silencio, crueldad, desespero, noche de invierno en un país desconocido.


La tragedia callada ha henchido de dolor un momento. Ya no sé si es hoy o ayer. El mundo se ha detenido.


Ya no puedo comenzar a respirar el repuesto.


Se crea la luz. Mis piernas son luz. Segundos que expresan olas, sonidos que mueven cuerpos, horizontes azules con finales distorsionados en un cubículo atmosférico menos cero.


He perdido cualquier esperanza de que algo se mueva detrás de esta madera con metal.


Extiendo los fuegos para tocar un golpe, y la llama eructa inconsistencias, confusiones de espacios y tiempos, lágrimas o reyes mezclados en tornamesas de una época, y ahora la soledad.


Falla la llama en un dedo, y juego con él imaginándome acariciando un timbre, doble visión que me permite seguir caminando por la playa y decir ¿por qué hace tanto calor aquí? Mientras el ciclo abre mis ojos y todo es una llama. Fuego sobre fuego. Noche en la noche.


Estoy sediento y perdido.


Mi cabeza deja de respirar cuando mis pulmones son polvo oscuro, ceniza confundida junto al resto de cuerpo que ya no veo, que sólo huelo, que ahora señalo, mi dedo quieto, el dedo malo, el completo, bebo la llama, recuerdo la playa, sueño con sol, afuera los gritos, me aferro al sonido, pero sólo hay silencio, quiebro un vidrio, mi mente descansa, ha sido un instante que cargo en mi historia.


Me veo desnudo y la puerta se abre. Ya no camino, sólo me barren. Adentro no hay nada. Sólo estoy yo. Afuera el espacio. Soy sólo tiempo.

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