“So someday you’ll see
i stay away”
Entonces Tomás me dijo que se alejaría por unos días de la ciudad. No dijo el porqué, tampoco se lo pude ver en los ojos. Las gafas permanentes son oscuras como alcantarillas ahogadas en el fango. “Saldré mañana en la noche…”, dice, mientras miro las luces del bar y oigo la música pesada allá afuera, sintiendo una lenta y suave cadencia aquí adentro.
Tomás estaba misteriosamente en silencio. Enfundado en negro. La noche goza de cierta preferencia hacia los freaks. El automóvil se detuvo en un parque de jíbaros. Hacía frío, pero extrañamente la llovizna de todo el día, descansaba. Suficientes agujeros de gotas- lluvia en las pieles de los drogadictos.
Mientras lo esperaba, oía gritos a lo lejos, inidentificables; posiblemente prostitutas celosas o una pandilla asustando a chiquillos inexpertos. La soledad en una ciudad es un golpe suave que va carcomiendo sin ningún asomo de dolor.
Cuando regresábamos a casa, me preguntó cuál era mi ciudad favorita. Le respondí que ésta. Me pregunta por qué la escogí. Le contesto que por la lluvia. Hizo un gesto de admiración con su boca. Ya se preparaba. En pocos minutos, Tomás sería él mismo.
La luz prendida es aún más oscuridad. Su apartamento sólo conoce sus momentos más duros, pero esta vez traía compañía. Su necesidad de sí mismo es tan extremadamente fuerte, que darse su propio cuerpo era lo menos que podía hacer en esa noche. “Lo haré un resto…” fue lo último que dijo.
Jaime llamó por la mañana. Su radar sabe exactamente donde ubicar a un junkie desfachatado y envuelto en negro a la mañana siguiente de una sobredosis menos un punto.
“Se va en la noche” le dije. Supe que no era la primera vez que lo hacía. Abandonar su lugar para extrañarlo y darse cuenta, alejado, de que lo ama. Tomás sabía que su fotografía no aparecería, mañana, en un cartón de leche. Sucio.
Tomás movió la mano, despidiéndose y sonriendo. Sí, aah, woah, iba al sur esta vez. Nadie lo iría a detener. Vivo.
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