jueves, marzo 15, 2007

NOTAS DESDE UN FRASCO DE MOSCAS

“So someday you’ll see
i stay away”

Alice In Chains


Entonces Tomás me dijo que se alejaría por unos días de la ciudad. No dijo el porqué, tampoco se lo pude ver en los ojos. Las gafas permanentes son oscuras como alcantarillas ahogadas en el fango. “Saldré mañana en la noche…”, dice, mientras miro las luces del bar y oigo la música pesada allá afuera, sintiendo una lenta y suave cadencia aquí adentro.


Apagamos los cigarrillos al mismo tiempo en el cenicero de cerveza. Alguien va a tener que navegar para recuperar su conciencia a la deriva.


Tomás estaba misteriosamente en silencio. Enfundado en negro. La noche goza de cierta preferencia hacia los freaks. El automóvil se detuvo en un parque de jíbaros. Hacía frío, pero extrañamente la llovizna de todo el día, descansaba. Suficientes agujeros de gotas- lluvia en las pieles de los drogadictos.


Mientras lo esperaba, oía gritos a lo lejos, inidentificables; posiblemente prostitutas celosas o una pandilla asustando a chiquillos inexpertos. La soledad en una ciudad es un golpe suave que va carcomiendo sin ningún asomo de dolor.


Cuando regresábamos a casa, me preguntó cuál era mi ciudad favorita. Le respondí que ésta. Me pregunta por qué la escogí. Le contesto que por la lluvia. Hizo un gesto de admiración con su boca. Ya se preparaba. En pocos minutos, Tomás sería él mismo.


La luz prendida es aún más oscuridad. Su apartamento sólo conoce sus momentos más duros, pero esta vez traía compañía. Su necesidad de sí mismo es tan extremadamente fuerte, que darse su propio cuerpo era lo menos que podía hacer en esa noche. “Lo haré un resto…” fue lo último que dijo.


Jaime llamó por la mañana. Su radar sabe exactamente donde ubicar a un junkie desfachatado y envuelto en negro a la mañana siguiente de una sobredosis menos un punto.


“Se va en la noche” le dije. Supe que no era la primera vez que lo hacía. Abandonar su lugar para extrañarlo y darse cuenta, alejado, de que lo ama. Tomás sabía que su fotografía no aparecería, mañana, en un cartón de leche. Sucio.


Oía a Billie Holiday cuando lo ví salir de su cuarto, vistiendo, por primera vez, una camiseta blanca. “Llamó Jaime”, le dije. “Lo supuse…” me contestó mientras abría la nevera. “¿Jugo?” me dijo. Le respondí afirmativamente con un gesto no verbal, noté que el cuello me dolía un poco. “¿A qué hora sale el vuelo?” pregunté. “8”, y de nuevo a su cuarto. Era el Tomás más tranquilo que había visto nunca. La primera vez que lo vi personalmente, me invitaba a cerveza tras cerveza mientras trataba de limpiar su apartamento. Me preguntaba sobre los conciertos de las últimas semanas y sobre los grupos que empezaban a llamar la atención en la ciudad. “Generación nacida en una silla furiosa”, los llamó.


Sabía que demoraría en volver a ver a Tomás. Nuestra comunicación, silencio en mayoría, se tornaba en las cenizas apagadas de una fogata que ardió muy poco tiempo. Le pregunté si extrañaría el clima de la ciudad. Contestó que era lo más probable. Sí extrañaría a los amigos. Los veré luego. Sí podría acomodarse a otra ciudad. Y se quedó callado por un momento. El taxista prendió los limpiaparabrisas y sobre la autopista sólo atinó a decir con la ventana abajo: “la lluvia es lo mejor…”


Éramos sólo lejanos habitantes de un frasco de gotas de mosca. Él era un fantasma escapado de alguna galaxia perfecta. Dioses y pequeños seres humanos dándose la mano, cumpliendo con la promesa de revivir demonios bajo un cielo cada vez más negro.


Tomás movió la mano, despidiéndose y sonriendo. Sí, aah, woah, iba al sur esta vez. Nadie lo iría a detener. Vivo.


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