jueves, marzo 15, 2007

SOÑABA CON BEETHOVEN

Vi otra vez.
No hubo nubes en el cielo eterno,
caía la lluvia hecha de viento,
rayando al paso, un silencio cromado,
muy bello para ser real.


Lo olvidé en el primer instante.
Regresé a la ruta exacta,
el molde congelado vibraba a mis pies,
luchaba por considerar
el estado del fuego
entre los quejidos de noche.


Sabía que algo estático
pululaba, y nadie había ahí
para mirarlo en la distancia,
el fuego salía de la mano,
instancias en la boca,
la llama quieta
acomplejando al vacío,
terror entero
devorado con los giros
que hacían derretir
los extremos de silicio.


Caí dormido.
La luz se veía tan oscura.
La luna se mecía
en un campo de maíz
adorado por un ala muda,
preciosa,
con el tenue encanto de la sal.


Su cuerpo había vibrado en la noche,
y la distancia era ahora su
posesión.
No podía quedarse quieta,
huía de su condición,
pero solitaria, lograba dormirse.


Cuando muere el tiempo
el paisaje se consume en el sueño.


La realidad es eterna,
el juego se reduce a un
ver amanecer por siempre,
sin conocer el siguiente día;
y nada sucede…
sólo un clamor, muy lejano
y sincero
de que algo hay más allá,
rodeado del delirio nefasto
pero bulloso
del crimen presente.


Su demencia solitaria
nos nutre con manía de hielo.


Los fragmentos de la historia
quiebran los espejos
cuyos reflejos quedan
grabados en la memoria caníbal
del sol occidental.


La sangre comienza a
marcar el paso.


Los ojos ciegan
lo que la dicha
ya no intuye.


Sus voces suenan
tan lejanas, que
otra historia
fluye entre el
demonio y los
hombres, para
necesitar no más
al cielo.


Yo los escucho,
miserables de oro,
estupefacto en la ruina,
casi cayendo del fondo,
riendo con maña,
soplando pasito
una cura para el destino humano,
la piel tropezada con colores neutros,
el sueño en el ciclo se avecina,
una bella entera y perfecta luna
para lamer de día,
su gota de pureza
refleja el pasado,
el día de hoy,
presente de aluminio,
canta la ayuda,
pide la disolución,
el remedio congelado,
que agita la herida,
y le permite
seguir sangrando.


Su masa acongojada
que no revela ningún rostro conocido,
a todos nos ataca, con caricias cálidas
en el sueño que olvidamos,
la luz prendida todo el tiempo,
el corazón cerrando el portón,
la vida se pierde
en el conteo diario
del líquido que mana
desde un techo deforme.


Su voz se oculta
y comienza su sonrisa.
Pocos lo escuchan.
Ya muchos han dado la espalda.
El día se nutre de sus esperanzas.
Nadie entiende el color del drama.

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