Sin afán, la tortura llega justo en el turno dorado.
La lengua de luz descubre, bajo mi máscara
el sueño que habla dentro de una carne de cemento,
y nadie puede ya asustarme,
cuando el mago de la caja de arena
escupe en mi turno de vomitar cada dolor.
Doy la vuelta, en la cama,
y caminando hacia otro sitio,
enciendo una vela y
repaso la mente que
tenía tatuada a mi espalda.
El afán, la oportunidad
de desvestir a la cortina,
sólo la da el sol,
cuyo manto en medio del pliego de plastilina,
sucumbe ante cualquier siniestro encanto.
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